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Para muchos de los que nos visitan, Málaga no es más que el nombre de un aeropuerto

El Siglo XIX dejó tres hermosísimas huellas sobre la traza de Málaga: la Plaza de la Merced, el Salón de la Alameda y la Calle Larios

Un día cualquiera alguien te sugería llegar hasta allí para comer y volver al tajo y te acercabas y dejabas el coche en cualquier sitio cuando aún se podía

En ese continuo abierto y cerrado, el aire se mueve a sus anchas, es el alma de la ciudad

Para poder ser nosotros, debemos habitar. Pero habitar es morar nuestra casa y vislumbrar unas líneas que salen de ella y nos dirigen a cualquier lugar

Málaga creció de mala manera. Aquí siempre pareció normal que llegaran primero las casas y luego las calles.

Carecemos de profundidad si miramos sólo a Málaga y a su costa.

Estamos tan acostumbrados que no reparamos en lo sorprendente que es una playa urbana.

Desde nuestro café callejero, parece no afectarnos esa vida hueca entre súper-edificios que nos muestra el cine, pero esa ciudad ficticia no está tan lejos

Llueve en Málaga y te pilla por sorpresa. Pero es que además llueve “de lado” y no hay más remedio que arrimarse a las fachadas

De un empecinamiento de los malagueños se iniciaron los barruntos de un museo hace ahora 20 años

Las plazas se idearon para las gentes. Cuando en la plaza entra la masa, sale la gente